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El rugby debe hacerse cargo
El asesinato de un joven perpetrado de manera cobarde y artera por un grupo de personas que juegan al rugbyplantea una profunda mirada hacia adentro de quienes forman parte del rugby en la Argentina. Porque no se trata de un episodio único. Este tipo de situaciones, de rugbiers en manada lastimando gente y destrozando lugares, vienen ocurriendo desde hace tiempo y de forma reiterada. Por ejemplo, la familia de Ariel Malvino lleva 14 años esperando que la Justicia se expida por la muerte de su hijo de 19 años, a quien jugadores de rugby asesinaron a golpes y piedrazos en una playa de Brasil. Muchos clubes abordan a conciencia esta problemática, pero está claro que habrá que hacer más para que lo que se inculca para adentro de la cancha se traslade al afuera.
La compasión y la mesura que se necesitaban para acompañar en el dolor y en el pedido de justicia a la familia y seres queridos de Fernando Báez Sosa fueron atravesadas en estos días por otra manada: la que brota desde las redes sociales y desde el amarillismo de medios y periodistas. Como en tantos temas (habrá que ver cuál es el que le sigue inmediatamente a este) la carrera es a ver quién grita más fuerte, quién inventa el hashtag más convocante, quién encapsula mejor ("todos los rugbiers son asesinos", ídem a "todos los políticos son corruptos", "todos los que roban y se drogan son villeros", y así) y quién le echa primero la culpa a la sociedad cuando le toca sus intereses. Se armaron bandos de "rugbiers asesinos" versus "el rugby no tiene nada que ver" o "chetos" versus "Nueva Zelanda tiene bajo índice de criminalidad porque la mayoría juega al rugby" (acompañado del también increíble "a ver si se entiende"). Quedar atrapado en ese escenario repleto de estigmatizaciones es lo peor que se puede hacer desde el rugby.
Al mismo tiempo, mucha gente dentro del rugby ha tomado otro camino al comprender que hay que hacerse cargo de esto. Hay que volver a darles más lugar a los maestros dentro de los clubes. Revalidar aquello de que el juego es un pretexto. Y acompañarlos de especialistas en la problemática que afrontan hoy los jóvenes (consumo excesivo de alcohol y otras drogas, violencia, género). Concientizar y deconstruir ciertos patrones. La UAR, que tiene un presupuesto millonario en dólares, debe brindar ese soporte a todos los clubes. Olvidarse por un rato de las competencias para nutrir la factoría profesional y aportar en esta tarea que es primordial.
El alcohol es un tema crucial, ya que está presente en todos los casos de violencia. Hay en el deporte en general un extraño vínculo con el auspicio de bebidas alcohólicas. Pero en el rugby es un sello. Como si fuesen de la mano. Las empresas de ese rubro aportan dinero como patrocinantes y cajones de bebidas para los terceros tiempos. Los chicos empiezan a tomar desde los 13, 14 años. Dentro de los clubes. Algo en serio habrá que hacer.
Hay también en ciertos sectores del rugby un halo de superioridad moral y física. El rugby tiene infinidad de beneficios que están a la vista. Es inclusivo, solidario, practica valores –los de la vida misma– aunque en este momento se los ponga en duda, pero muchas veces –y nosotros los periodistas también debemos revisarlo– se lo presenta desde adentro como algo único y por encima del resto de los deportes y de los mortales. Los formadores, gente maravillosa, anónima y voluntaria, tienen que ser ayudados y privilegiados en este camino.
Hay mucho de bueno en un porcentaje muy superior a la de los violentos en manada. Tampoco es que se trata de 20 o 30 loquitos. Y los que generan las agresiones juegan al rugby, no a otros deportes. Por eso, es hora de abrir las cabezas antes que romperlas a golpes. De lo contrario, la próxima muerte estará a la vuelta de la esquina.
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