La selección tiene al Messi que quiere trabar la pelota
Lionel Messi corre de atrás a Willian, lo voltea y se salva de la amonestación por portación de apellido. Messi insulta al aire porque el árbitro neozelandés cobra una falta y lo priva de un contraataque. Messi revolea la pelota a cualquier lado para evitar que Brasil reanude el juego rápido después de escuchar otro silbatazo, con el reloj dándole las últimas vueltas al partido. Ninguna de las tres escenas se corresponde con el Messi crack, el que amontona rivales con sus gambetas y festeja goles en los cinco continentes. En todo caso, revela algo más profundo: si la Copa América dejó la impresión de que había aparecido una nueva versión suya, este reencuentro con sus compañeros afirmó la idea.
El capitán, implicado desde el principio, aportó en Riad la distinción individual que se espera de él y no siempre aparece con esta camiseta. Su gol, pero sobre todo su obstinación para hacerse cargo del triunfo con la pelota en su pie izquierdo, regalaron la mejor sensación de la noche: con Messi así, el proyecto de equipo que moldea Lionel Scaloni tiene margen para crecer. Algunos datos que dejó su planilla individual muestran al Messi que quiere jugar y también trabar, uno más integral: fue el argentino que más tocó la pelota (54), el que más la recuperó (5), el que más remató (6), el que más faltas cometió (5) y el que más recibió (3), según OPTA.
Este espíritu colaborativo, tan diferente de aquel Messi de selección que a veces fue una sombra inerte, entregado a la circunstancia, lo pone en otro lugar. ¿Qué link puede hacerse entre aquel que se miraba los botines contra Croacia en el Mundial con el que se tira a los pies de Casemiro en un amistoso? A los 32 años, empieza a manejarse con objetivos a corto plazo: mucho antes que pensar en un Mundial para el que faltan tres años, le apunta a la Copa América que se jugará en seis meses. De eso ya habló en algunas entrevistas recientes, y con esa idea se reintegró ahora, después de la suspensión de tres meses que cumplió. "Si el técnico quiere, estoy para jugar el lunes", dijo después del partido. Como si hiciera falta preguntarle a Scaloni.
Otra discusión es si este estilo combativo del equipo, que se agrupa para morder y exprimir los contraataques que se presenten, favorece su mejor versión. O si un juego más asociado, con posesión de pelota y desmarques a su alrededor, sirven mejor a su genio. Matices conceptuales que, está visto, al 10 le pasan por el costado si él está imbuido en el espíritu del equipo. ¿O acaso aquella selección de dientes apretados que llegó a la final del Mundial de Brasil era un canto al lucimiento del capitán?
Para aumentar las horas de vuelo como entrenador con el buzo de la selección, Scaloni cuenta con un aval que otros, tanto más experimentados que él, no gozaron. El "sí" de Messi, tan renuente a darlo, lo acompaña con firmeza después de la travesía de la Copa América. Allí terminó de soldarse esta identidad del capitán: el que quiere liderar a un grupo de jóvenes hambrientos. La vida es circular.
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