El nuevo Tiger Woods: cómo los escándalos y las lesiones cambiaron su carácter
Este domingo, Tiger Woods conquistó por quinta vez el Masters de Augusta. Pero, sobre todo, se reencontró con la gloria a 14 años de su último festejo en el principal torneo de golf del mundo, y a once temporadas de su última victoria en un Major. El auténtico regreso de una leyenda viva.
Aquí, una nota escrita hace exactamente siete meses, que relataba todo lo que sucedió con Tiger Woods en estos años de ostracismo, y su lento y paulatino regreso a la cumbre.
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A pesar del paso de los años, Tiger Woods sigue siendo dueño de la silueta deportiva más reconocible del mundo del deporte. Visto desde atrás, la espalda en forma de V se estrecha hasta los 81 centímetros de cintura que tuvo siempre. Visto de frente, los mismos brazos musculosos que aferran el palo de golf, la mano derecha encima de la izquierda, en ese momento de inmovilidad que precede a la torsión del cuerpo. Relajado sobre la calle, una mano descansa sobre un palo, la otra en la cadera, un pie cruzado sobre el otro. Todo eso hace clásicamente identificable a Tiger Woods. Ni el tiempo ni la edad han modificado esa silueta.
Woods tiene hoy 42 años. Hace cinco años que no gana una competencia y 10 años que no obtiene un Major (NdR: el último fue el US Open 2008). Hasta hace apenas un año, pensaba que nunca volvería a competir, porque apenas podía tenerse en pie. El golf tendría que arreglárselas con estrellas con nombres como Dustin (Johnson), Justin (Rose) o Brooks (Koepka). Ninguno de ellos un "Tiger", nadie como él.
Y sin embargo ahí está, un tigre en el ocaso, cada vez más idéntico a sí mismo, y jugando finalmente como el hombre que todos recordamos, como en aquellos buenos tiempos en que la salud y los escándalos no se habían cobrado todavía una parte de su prestigio y su legado. El mes pasado, de hecho, hasta repitió su tradicional gancho derecho con el brazo levantado al aire para celebrar el hoyo 18 en el Campeonato de la PGA que tuvo lugar en la tórrida ciudad de St. Louis, y lo único inusual fue que no lo ganara. Pero su segundo lugar en el podio alcanzó a ser una contundente señal de que estaba de regreso.
Él lo sabía, como también lo sabían los cientos de fans que estaban presentes y los miles de telespectadores desde sus casas. Y todos los que empezaron a usar remeras rojas con la silueta de su gancho derecho lanzado al aire y las palabras "Hacer Grande a Tiger Nuevamente" también lo saben.
Esa velada alusión al lema de campaña de Trump es curiosa. Woods se reincorpora al paisaje cultural en 2018, una época y un país radicalmente distintos a los que lo hicieron grande, por lo menos en todos los lugares que no son una cancha de golf. Que su resurgimiento llegue en la Era Trump es una deliciosa coincidencia, llena de complejidades que seguramente el propio Woods preferiría esquivar. Un golfista que tal vez siga siendo el deportista multicultural más famoso del mundo. Y un presidente que divide al país según líneas culturales y raciales. Fueron pareja de golf ocasional, Woods diseñó una cancha que llevará el nombre de Donald Trump, y esquiva el tema de la relación que los une –"Todos debemos respetar la investidura presidencial"–, y Trump que le tuitea su agradecimiento.
En cierto sentido, nada de eso importa. No ahora. No si Woods logra que no importe.
Más accesible, pero ¿mejor?
De su última actuación puede decirse, en base a suposiciones y a pruebas, que Woods ahora es diferente: humilde por los años perdidos, agradecido por el apoyo actual, aliviado por esta oportunidad de volver.
¿Pero está realmente distinto? Tal vez más relajado, más charlatán entre hoyo y hoyo, aunque él no estaría de acuerdo. Los periodistas más veteranos y sus amigos cercanos dicen que se lo ve más relajado, tal como se muestra en la intimidad. La exasperación que rezumaba en sus malos días se ha disipado.
Todo eso parece ser verdad para el que quiera ver eso. Quizá sea la edad y la gratitud por el apoyo recibido, o tal vez las expectativas y lo que está en juego todavía no hayan sido demasiado altos. Seguir los pasos de Woods en un torneo de golf cada día, desde el momento en que llega hasta el momento en que se va, es ver dos caras de un hombre que se esfuerza mucho para mostrar una sola. Está la persona y está el personaje.
Sus fans no hacen esa distinción. Les gusta la familiaridad. Le rugen al oído cuando hace un buen tiro. Le sonríen cuando pasa, sin importar la inexpresividad de su cara. Quieren volver a 2008. Quieren que Tiger sea grande otra vez.
"¡Te amamos, Tiger!"
"¡Tiger, Seguís siendo el mejor!"
"Bienvenido de regreso, Tiger!"
Woods siempre ha tenido un elemento indefinido que llama nuestra atención, y que ahora es más difícil de explicar todavía. ¿Tendrá que ver exclusivamente con su habilidad, o con su antigua habilidad, para el golf? ¿Con su personalidad? ¿Con su labor benéfica? ¿Con el color de su piel, en tanto hijo de un afronorteamericano y una tailandesa que sigue resaltando en el circuito eminentemente blanco del golf?
Y actualmente, ¿tendrá que ver más con lo que fue que con lo que pueda ser? ¿Reconocimiento por el pasado o expectativa por el futuro? Y uno se pregunta qué podría hacer Woods para cambiar definitivamente la percepción que se tiene de él. Uno se pregunta si los padres les cuentan a sus hijos sobre las amantes que tuvo, sobre el famoso accidente del Día de Acción de Gracias en que estrelló su auto contra una toma de incendios, sobre las drogas no recetadas que tomaba, sobre los titulares de la prensa sensacionalista y sus fotos policiales de apenas el año pasado, cuando fue detenido acusado de manejar alcoholizado.
Pero el del golf es un mundo deliberadamente ceñido al decoro. No es como el mundo de cualquier otro deporte. Aquí no se toleran los insultos, no hay lugar para la burla. Y así es que todos corren de hoyo en hoyo, con sus chombas polo y sus shortcitos, y cuando Woods se acerca, todo el mundo se lo queda mirando, como algo enjaulado en un zoológico. Mareados por la proximidad con la estrella, y tal vez por un par de cervezas, hablan de él entre susurros y con voz de golfistas...
"Se lo ve bien, che. Está en forma". Hace veinte años que pesa lo mismo, alrededor de 80 kilos. Como ha tenido que reducir su rutina de gimnasia debido a los problemas en su espalda –más trabajo de estiramiento y resistencia, menos trabajo con peso y menos salidas a correr– monitorea su peso corporal con una balanza médica instalada en su cocina de Florida.
"¿Ves a alguien de su entorno? Me pregunto si vino su novia". Ahí está, es Erica Herman, de 34 años, novia del golfista desde hace dos años, parada junto a Rob McNamara, mano derecha de Woods. Lo siguen hoyo a hoyo, sin hacerse notar, siempre detrás de la horda de fans.
"¡Mirá!, ¿qué está comiendo?". Es un sándwich de manteca de maní y banana en pan de centeno. Se lo prepara su caddie.
"¡Esperá!, ¿adónde va? ¡Mirá!, ahí apareció. Ya volvió. ¡Bien hecho, Tiger! ¡Va al baño como cualquiera!" Y así sucesivamente, hoyo tras hoyo, día tras día.
A cambio, él les regala su talento, su reputación y una mirada esquiva. No mucho más. Woods siempre pareció una mezcla de robótica y marketing imbuida de frialdad desde su fabricación.
Lesión, escándalo y recuperación
Para un golfista profesional, 42 años es una edad incómoda. Si el deseo y el talento no lo han abandonado, probablemente lo hayan hecho la juventud y las fuerzas. Y la mayoría de los contemporáneos ya abandonaron.
La carrera de Woods suele dividirse en antes y después del Día de Acción de Gracias de 2009. Esa noche estalló el escándalo de infidelidad perfecto para la prensa sensacionalista: Woods estrelló su auto cerca de su casa y su esposa, Elin Nordegren, lo rescató rompiendo el parabrisas trasero con un palo de golf.
A partir de ahí, empezaron a desfilar mujeres que decían haber tenido un romance con Woods. Los patrocinadores lo abandonaron en puntitas de pie. Woods tuvo que hacer rehabilitación por su adicción al sexo. Y se divorció de Nordegren, con quien entonces tenía una hija de dos años y un bebé recién nacido.
Poco a poco fue reconstruyendo su carrera, en esa burbuja que es el mundo del golf, donde las voces críticas son acalladas, y las ventas de entradas y el rating de televisión se disparaban con cada aparición del preciado Woods. Una victoria en 2012. Cinco más en 2013. Hasta recuperar su puesto número 1 en el ranking.
Después llegaron los problemas en la zona lumbar. En 20 meses, le practicaron tres microdisectomías. Entre 2014 y 2017, participó de apenas 19 torneos de la Asociación de Golfistas Profesionales de Estados Unidos: en su mejor performance ocupó el 10º lugar.
Desesperado, Woods se sometió a una cuarta cirugía de espalda. Esta vez, una fusión espinal practicada en abril de 2017, en la que le extirparon un disco y le soldaron el segmento vertebral L5-S1 en una sola vértebra, con la consecuente pérdida de movilidad, como soldar dos eslabones oxidados y débiles de una cadena.
"Si la fusión no sale bien, lo cierto es que no hay opción", recordaba Woods hace un par de semanas. Semanas después, en mayo de 2017, lo encontraron dormido al volante de su auto deportivo. El informe toxicológico reveló la presencia de analgésicos y somníferos de venta bajo receta, además de uno de los ingredientes activos de la marihuana. Woods se declaró culpable de conducción temeraria y se sometió a un tratamiento de rehabilitación.
Pasó meses sin agarrar un palo de golf. Después, en el circuito, comenzaron a circular informes: golfistas que habían estado con Woods en su casa del sur de Florida decían haberlo visto practicar y de buen humor. Despidió a su entrenador. Cambió todos los palos de su bolsa. Tiger vuelve, decían todos. De veras. Ya van a ver.
Y acá estamos, viendo. Y ahí está el, tras haber salido segundo en el torneo de la Asociación de Golfistas Profesionales y sexto en el Abierto de Gran Bretaña, como si lo mejor del pasado fuese posible nuevamente.
El swing de Woods parece prácticamente el mismo al que hemos visto en los últimos 10 o 15 años. Las consecuencias de la fusión espinal tal vez se vean sobre todo en el final del movimiento, ya que ahora tiende a levantar los hombros una fracción de segundo antes de lo que solía hacerlo. Pero su swing sigue siendo más veloz que el de la mayoría: 193 km/h. Sus drives no vuelan tan lejos como solían, pero más lejos que los de la mayoría de los golfistas. Su precisión ha sido punto más problemático, pero para fines de agosto seguía teniendo el 10º mejor promedio del torneo de la Asociación.
Ahora va rumbo a la Copa Ryder y a un partido televisado "pay-per-view" de US$ 9 millones en premios con su histórico rival Phil Mickelson que se jugará en noviembre, y ya hay quienes hablan (y hacen apuestas) sobre su posible victoria en un Major en 2019. Después de todo, el Abierto de Estados Unidos se juega en Pebble Beach, donde ganó por 15 golpes en 2000, y la Asociación de Golfistas Profesionales se encuentra en Bethpage Black, donde ganó el Abierto de Estados Unidos en 2002. Y antes de todo eso viene el Masters, que Woods ganó en cuatro oportunidades.
Hace un año, parecía que Woods no volvería a jugar. Ahora parece que podría jugar hasta los 50, siempre que logre aplacar a los dioses de las lesiones y el escándalo.
En 2018, a los 42 años, Tiger Woods ha vuelto, y es mucho más que un recuerdo. Está de buen humor, pero se guarda lo que piensa para sí mismo. Es un hombre renovado, pero de más edad en una época diferente, siempre reconocible a la distancia.
Bienvenido, Tiger, le grita la gente, a la espera de una respuesta.
THE NEW YORK TIMES ©
(Traducción de Jaime Arrambide)
John Branch
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