Mundial de básquet. Luis Scola siempre fue uno de los grandes pero no lo sabíamos
Si ya no queda nada para decir, caer en la exageración es la tentación. Pero en el caso de Luis Scola es diferente. La exageración es él mismo. No hay que dar muchos rodeos: Scola se sentó en la mesa de los grandes deportistas argentinos de todos los tiempos después de la histórica clasificación argentina para la final del Mundial de básquet de China.
En el 65° aniversario de la revista El Gráfico, en 1984, se realizó una edición con una ilustración que juntaba en su tapa a Guillermo Vilas, Juan Manuel Fangio y Carlos Monzón. Debajo de ellos, había dos ídolos de todos los tiempos de Boca y de River, la referencia obligatoria: el Charro Moreno y Antonio Rattín.
Lo más importante, en realidad, estaba en la línea superior. Los próceres del deporte nacional. A ese terceto, tal vez, le faltó Roberto De Vicenzo. Pero es uno de los primeros recuerdos de ese juego periodístico (y también muy argentino) de tratar de sentenciar quiénes son los mejores. Por supuesto, se abre el lugar para la discusión, la pelea y todas las opiniones son válidas y al mismo tiempo rebatibles.
Scola tiene 39 años y es muy probable que sea elegido el mejor jugador del Mundial, más allá del resultado en la final con España.
Lo que ha hecho es imposible. Todas las descripciones de su juego ofensivo, los fundamentos inigualables, ya se han analizado. Pero es necesario hablar de sus mayores defectos. Porque los grandes también tienen defectos.
Nunca fue un buen defensor en el mano a mano. Aunque su juego de piernas para atacar es único en el planeta, en ese mismo registro encuentra dificultades para la marca hombre a hombre. Pero más allá de un par de jugadas contra Serbia, en la que Nemanja Bjelica lo desbordó por velocidad, nunca en el resto del torneo se notó su punto débil. El motivo es que su intelecto basquetbolístico lo ubica por delante de las jugadas. Le cuesta parar a un jugador en el uno contra uno, pero su anticipación hace que disimule todo por la ubicación. Mira a los rivales a los ojos, los atraviesa. Sabe lo que van a hacer. Es un equilibrista que está a punto de caerse y cada vez vuelve a recuperar la verticalidad en el lugar justo.
El otro defecto por estos días es (era) su velocidad. Durante las eliminatorias, cuando se vieron algunos destellos del ritmo frenético al que podía jugar esta selección, hacía ruido la presencia de Scola. Un jugador pesado que a veces frenaba esa carrera desbocada que los más jóvenes proponían. Sin embargo se preparó como nadie. Su dedicación y amor por la selección es inconmensurable. Ya se ha hablado de lo que fue su preparación en el campo, en un galpón, en media cancha que él mismo mandó a fabricar para entrenarse en la más absoluta soledad. Con un preparador físico, claro. Pero sin compañeros. Para ocupar esos dos o tres meses libres que le quedaron de una Liga China de poco vuelo (en calendario y calidad de juego).
Scola está rápido como nunca. Se lo ve más fino, como si hubiera perdido algunos kilos. No sólo no perdió ningún duelo contra los jugadores de la NBA contra las que se enfrentó: los ganó a todos. Desafiando a la naturaleza, borró sus defectos. Los hizo olvidar.
Casi todo el mundo estará de acuerdo en que Manu Ginóbili merece ser considerado uno de los tres mejores deportistas argentinos de todos los tiempos. Y tal vez su presencia, hace que nos olvidemos que existen otros jugadores de básquet.
Pero así como Diego Maradona parecía inalcanzable, hoy está Lionel Messi que lo emula. El problema de Scola es que fue contemporáneo de Manu. Siempre vivió a la sombra de sus éxitos.
Ginóbili llegó al equipo justo, en Bologna, para ser campeón de la Euroliga en 2001. Scola estuvo en Tau (actual Baskonia), otro gran equipo, pero que no llegó a consagrarse. Aquí vale una pregunta: ¿es el jugador el que determina la grandeza del equipo o el equipo el que apuntala la gloria individual? Tal vez haya un poco de cada cosa. Pero es innegable que la fortuna a veces también decide la carrera de los deportistas.
Ginóbili llegó a San Antonio en la NBA, donde una estructura lo catapultó a la conquista de cuatro anillos. Y él fue fundamental en esas conquistas. Scola había sido seleccionado por Spurs, pero en el momento de la verdad fue reemplazado por Fabricio Oberto, un pivote con un corte defensivo más acorde a las necesidades de Gregg Popovich. Y se tuvo que ir a Houston, donde no estuvo rodeado de un plantel que lo ayudara a crecer. Pero su carrera es admirable desde todo punto de vista. La constancia y continuidad que le dio a su básquet lo llevaron a ganarse el adjetivo de leyenda por sus rivales.
- De aquella tapa de El Gráfico pasaron 35 años. Y en ese tiempo ocurrieron muchas cosas en el deporte argentino. En esa mesa en la que están Fangio, Vilas, en la que estuvo Monzón. En la que acompaña De Vicenzo. Se sumaron luego Hugo Porta, Diego Maradona, Gabriela Sabatini, Lionel Messi, Luciana Aymar, Manu Ginóbili, Paula Pareto. Y tal vez falte algún nombre. Como pasó con Luis Scola, que en realidad ya estaba con ellos desde hace años. Pero no nos habíamos dado cuenta.
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