Mundial de básquet. El detrás de escena de un grupo que escribe su historia con luz propia
PEKIN, China.– Van y vienen por el lobby del hotel. Nadie puede dormir. La adrenalina no baja. No paran de repetir que están en la final de la Copa del Mundo. Se ríen con ganas, no pueden evitarlo. Los asistentes de Sergio Hernández pasan de un lado para el otro buscando materiales para el choque con España. Una noche eterna, encantadora, soñada. Se toma la cabeza Sergio Hernández y repite que es una locura todo. El golpe es histórico y es lógica semejante locura. El básquetbol argentino está por tercera vez en su historia en una final del mundo. Pasa Luis Scola caminando para ir a saludar a su esposa que está en otra ala del hotel Sangri-la, el búnker celeste y blanco, y se permite sonreír, lo que no es poco. Una porción de intimidad que deja ver el conjunto nacional, una cuota de grandeza de un grupo que es gigante.
No es posible detenerse. Nadie debe hacerlo. Hay emoción en cada palabra de los protagonistas. "Esta mano no me la lavo más, porque le di la mano a Kobe Bryant", dice Lucio Redivo. Le duele hasta el último hueso a Gabriel Deck, pero está pleno porque se encuentra en el lugar que deseaba. Salta Facundo Campazzo sobre Nicolás Laprovittola antes de subirse al ascensor que los llevará a sus habitaciones en el 7º piso. Así se expresa este equipo. Porque es necesario comprender que el seleccionado argentino de básquetbol "es un equipo". Y por eso edificó uno de los momentos más importantes de la historia de la disciplina.
Es necesario entender que la Argentina es, junto con los Estados Unidos, el único país que ganó el Mundial y los Juegos Olímpicos. Las otras dos naciones que lo lograron, Unión Soviética y Yugoslavia, ya no existen. La tradición del básquet argentino no se discute. No hay rarezas en ese aspecto. Pero sí es impactante que lo haya conseguido un grupo que no estaba bajo el radar de muchos, que parecía alejado de las potencias y, en silencio, se metió en la final de un Mundial.
Hace tres semanas, a este mismo equipo se lo miraba con reparos. Y podía perder con un seleccionado mexicano con mayoría de juveniles, como ocurrió en los Panamericanos de Lima. Es cierto, fue en un partido en el que ya estaba clasificado y sin Scola ni Campazzo. Pero fue una señal en la que quedó claro que, ante el más mínimo descenso en los niveles de concentración e intensidad, sus posibilidades disminuyen. La forma en la que la química de este grupo elevó la energía y los estándares de jerarquía era insospechada.
La comparación histórica
¿Cómo se compara esto con las dos finales anteriores? El logro del Mundial de 1950, en el primer torneo de la historia, fue grandioso. Una gesta con un grupo de jugadores talentosos liderados por Oscar Furlong y Ricardo González que arrasaron con todo. Las salvedades que siempre surgen, como la ausencia de un equipo norteamericano poderoso, podrían mencionarse tanto en el 50 como hoy, aunque la Argentina no se cruzó con los estadounidenses esta vez y en aquella oportunidad, los venció en la final.
La diferencia hoy, al igual que en el Mundial de Indianápolis 2002, es que el básquetbol está mucho más desarrollado globalmente y la cantidad de equipos potenciales aspirantes al título es mayor a la de los torneos antiguos. Aumentó la competitividad.
La Copa de 2002 será difícil de superar. Porque además se le torció el brazo por primera vez a los NBA. Nadie lo había hecho antes y eso es para la eternidad. Privilegiar una final sobre otra puede ser injusto. Todas fueron muy importantes, pero al mismo tiempo, todas fueron muy diferentes en su desarrollo y ejecución.
Lo del 50 podía esperarse. Lo de 2002 fue una grata sorpresa. Y este es un impacto aún mayor.
"No veo que haya un equipo como nosotros en el torneo", dice Laprovittola. "Estamos jugando bien al básquetbol", repite Scola. "Queremos la medalla de oro", dice Marcos Delía sin vueltas. "Ganamos porque disfrutamos del juego que estamos haciendo", explica Sergio Hernández. No hay chance de dudar de cada una de las palabras de este grupo porque ellos revalidaron cada frase dentro de la cancha.
No saben de imposibles
Lo que sigue es más difícil todavía. Porque la final del domingo será ante España, un rival al que la Argentina sólo pudo vencer una vez en la historia de los Mundiales (Turquía 2010, por el quinto puesto). Ni siquiera en el mejor momento de la Generación Dorada se los pudo vencer (derrotas en Atenas 2004 y en el Mundial de Japón 2006). Aumenta la exigencia y la presión por los antecedentes, además de que siete de los jugadores argentinos se desempeñan en el básquetbol español, en la ACB.
Pero este es un grupo que ya demostró que no sabe de imposibles. El temple, el coraje, la entrega, la unión, la falta de egoísmo, el deseo por ganar, son los elementos principales de este plantel que hace dos meses que comenzó esta aventura allá en Bahía Blanca, en el Dow Center, de Bahía Basket y que ahora tiene revolucionado al universo del básquetbol y a esta ciudad porque está en la final de la Copa del Mundo.
No se escuchan ya los ecos de los festejos en el hotel. No se apagan las luces de las habitaciones. Siguen las rondas de mates. Las dificultades para conectarse a las redes sociales los aleja de la locura. Eligen correrse de esa vorágine, lo sienten así. No pierden la frescura, pero se protegen. Porque también allí le ponen el foco: son cuidadosos al máximo. Siguen un estilo, respetan las jerarquías, se consolidan como grupo.
No se conforman, nunca lo hacen. Hay un fuego que arde en cada uno de los jugadores de esta selección. Lo dicen, no lo ocultan. No tienen por qué hacerlo. Saludan con respeto a cada uno de los otros equipos que se cruzan por el hotel, aceptan las felicitaciones. Es imposible no identificarse con Campazzo y compañía. Aseguraron que buscaban construir una identidad y este equipo ya logró su objetivo. No está a la sombra de nadie: brilla con luz propia. Vuela por el aire y escribe su nombre en el cielo. Y ya nadie los puede detener.ß
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