Curados por milagro
En los últimos días ocurrió algo que podría ser el germen de un cuento de Cortázar: dejaron de andar casi al mismo tiempo tres relojes de pared de idéntico modelo, cada uno colocado en tres piezas diferentes de nuestro departamento. Les cambiamos las pilas, pero no quisieron volver a funcionar. ¿Obsolescencia programada? Demasiada complejidad para estos modestos dispositivos de gran cuadrante y maquinaria diminuta. Hasta ahora, la "muerte" simultánea de los relojes es un verdadero misterio. Tal como el azar de haber vuelto a encontrarme con una nota publicada ¡hace 22 años! (el 27 de septiembre de 1998) en la revista dominical de La Nacion. Este cruce de caminos fortuito me trajo a la memoria aquellos días, cuando la vida bulliciosa de la redacción ocurría a media cuadra del Luna Park, y los amplios ventanales del cuarto piso daban a los árboles de Plaza Roma, en pleno centro de la city porteña.
El artículo en cuestión lleva precisamente ese título: "Curados por milagro". Firmado por Marina Gambier y con fotos de Rubén Digilio (ambos queridos amigos a los que les mando un gran abrazo a la distancia), recorre minuciosamente una serie de "terapias alternativas" que al parecer estaban de moda por esos tiempos, prácticas a las que, como destaca la introducción, se sometían "con notable fe desde la gente más sencilla hasta políticos y artistas de nota".
El recuento es delirante… pero al mismo tiempo francamente encantador. Leyéndolo, se nos dibuja una sonrisa en estos días en que las buenas noticias escasean. Alterna los atracones con "energía negativa", las imposiciones de manos del reiki, la gemoterapia, la terapia numérica o "cráneo-sacra", la terapia de los vientos y hasta el "rebirthing"… sea lo que sea lo que quieran decir estas palabras indescifrables para los legos de esas artes inescrutables.
"Cada vez son más las personas convencidas de que un resfrío comienza en las profundidades del inconsciente, que es imposible eliminar una hernia de disco sin revisar el karma, que el mal de amores y la presión arterial se alivian con solo visualizar las culpas del pasado, que la enfermedad no es un enemigo, sino un interrogante más para ahondar en el sentido de nuestra existencia", cuenta Marina en su alegre pintura de la compulsión por la búsqueda de soluciones mágicas a males cotidianos. Y enseguida agrega, con picardía, que un tal Christian Schaller acababa de escribir en otra revista (muy popular y también muy de acuerdo con "la new age") de la época: "No es el tumor lo que mata, eres tú que, sin darte cuenta, te suicidas". Temerario, sin duda.
Uno de los condimentos de esta ensalada de energía cósmica y otros aderezos sanadores era la atracción que ejercía sobre personajes públicos. Según cuenta la autora, las personalidades más destacadas del ambiente político local recurrían a la limpieza colónica, que consistía en "hacer circular por los intestinos unos 35 litros de agua mineral aderezada con aceites o café a través de una cánula transparente conectada a una máquina con tanques hidráulicos". Una de las personas que más había ayudado a difundirla habría sido nada menos que la infortunada Lady Di, que la ubicaba al tope de sus secretos de belleza. Al parecer, por estas latitudes, también la practicaba un muy conocido senador. Y hasta un poderoso gobernador de la época y su esposa viajaban a las sierras de Córdoba para hacerse atender. Una estrella de la TV que todavía atrae las luces de la fama solía hacérsela en los Estados Unidos. Pero si la práctica en sí misma ya es difícil de tragar, más aún lo es su justificación. Según aquel "gurú", "Desde el punto de vista psicológico, los intestinos representan el inconsciente, que es el asiento de nuestras actitudes erróneas".
A la distancia, esta búsqueda esotérica parece tan inocente como una película en blanco y negro. En tiempos de pandemia, las promesas sin fundamento van y vienen a la velocidad del rayo, revestidas de un barniz seudocientífico que las hace más difíciles de identificar. Y también más peligrosas.