Vida en la naturaleza. Los desafíos de una mujer guardaparques de Los Alerces
¿Quién no soñó alguna vez con poder vivir en uno de los lugares más bellos del planeta, en medio de la naturaleza y lejos del cemento? Que levante la mano aquel que nunca se cuestionó el lugar donde eligió vivir, anclado en la ciudad o en un pueblo urbano, demasiado urbano.
Laura Fenoglio tiene 43 años y hace 17, cuando se graduó como guardaparques nacional que decidió vivir rodeada de árboles milenarios, nieve, lagos, pájaros y flores naranjas y amarillas como la muticia y el amancay, en la seccional Limonao, al oeste del lago Futalaufquen del Parque Nacional Los Alerces, un paraíso terrenal que el 7 de julio cumple su 3er. aniversario como Sitio de Patrimonio Mundial declarado por la Unesco. En concreto, en 2017 se declaró Patrimonio Mundial algo más de 188 mil hectáreas, de las cuales más de 7 mil protegen bosques milenarios de alerces (Fitzroya cupressoides), la segunda especie más longeva del planeta, con ejemplares que alcanzan los 2600 años de edad.
Para alegría de los pobladores de Esquel, Cholila y Trevelin, en la provincia de Chubut, el 12 de junio el parque abrió sus puertas en forma parcial, bajo estrictas recomendaciones para evitar el contagio de Covid-19. Se puede disfrutar de algunos paseos; y por primera vez la pesca fue habilitada durante todo el año en el lago Futalaufquen así como el senderismo de baja y media dificultad, el buceo y las áreas de campamento para uso diurno, entre otras actividades.
Actualmente Laura vive junto a su hijo Tiago, de 14 años, y Iara, de 10, a 4 kilómetros de la villa Futalaufquen. Para hacer su elección tuvo que sortear dificultados y superar el miedo de lidiar con lo agreste y desconocido, asignado, por prejuicios, solamente al género masculino. A unos 10 kilómetros de su cabaña vive el padre de sus hijos, también guardaparques. Los chicos estudian en Esquel, a una hora de viaje. Como madre trabajadora, sus desafíos son muchos: hacer malabares con el tiempo, las obligaciones y las distancias. Pero para ella lo principal es siempre lograr aunque sea un momento de felicidad.
-¿Cómo es un día habitual en la vida de una guardaparques, sin la pandemia?
-En 16 años de trabajo en Los Alerces lo que no logré es… ¡rutina! Las labores están ligadas a las estaciones y los períodos de vacaciones. Ante cualquier imprevisto, es posible que sea yo la persona disponible que se encuentre más cerca. Los turnos son rotativos. En temporada, por la mañana se recorre el sector a cargo, se chequea el registro de senda, el embarque de pasajeros en el lago y el estado general. Luego, charlar con los visitantes y prestadores de servicios, coordinar tareas con voluntarios y, si surge alguna infracción, proceder; pero mucho mejor es poder prevenirlas, charlando mucho con la gente. Se pierden objetos como llaves, los autos se rompen o las personas se pierden o lastiman y tenemos que socorrerlas o rescatarlas. Por otro lado están las cosas que no funcionan bien o se rompen en temporada, buscar el tiempo para cortar el pasto de las banquinas y senderos, despejar árboles caídos. Fuera de temporada, se piensa y diseña las mejores picadas en el territorio para que las personas disfruten del lugar y se trabaja en el mantenimiento de carteles, bancos, etc. También se realizan capacitaciones y recorridas por zonas sin uso público, como relevamientos de flora y fauna.
-¿Cómo fue el trabajo mientras el parque estuvo cerrado por la pandemia?
-Mientras el parque estuvo cerrado por la pandemia, se trabajó en actividades de mantenimiento, control –que no hubiera nadie que no tenía que estar-, y asistencia a los pobladores. Coincidió con la temporada baja: igualmente entre marzo y octubre las visitas son bajas. En esta como en tantas zonas agrestes la vida cotidiana ya tiene desafíos: lluvias intensas que pueden derivar en crecidas, cortes de agua, luz o caminos por caída de árboles. Estas tareas se hicieron con el personal disponible, ya que algunos no asistieron en este tiempo. Somos uno de los primeros parques que reabrió en medio de la crisis actual. Al ser un espacio abierto se viene realizándose con mucho éxito, respetando los protocolos actuales que estamos encargados de hacer cumplir: los grupos de familiares vienen juntos y no requieren separación entre personas pero se ubican dejando sectores libres intermedios. Las despensas tienen asignada su capacidad máxima y no arrancaron todavía los servicios de comedor y alojamiento.
-¿Cómo surgió tu vocación de guardaparques?
-Cuando tenía 10 años mi familia pensó que podía ser bueno que ingresara a un grupo scout para que tuviera contacto con el entorno y con otros chicos ya que nos mudamos del pueblo a una ciudad… ¡Resultó perfecto! Encontré un grupo de pertenencia, relación con la naturaleza y su conservación, valores sociales y sobre todo, momentos felices.
Cuando estaba terminando la secundaria en la Escuela 331 Almirante Brown de Santa Fe transcurría agosto y aún no había decidido mi futuro. A punto de realizar el viaje de egresados a Bariloche una integrante del equipo de la escuela me entregó un folleto de Parques Nacionales y mencionó que tal vez en ese ámbito podría encontrar una carrera que me interesara. El final está cantado: salí de Santa Fe sin saber qué carrera elegir y siete días después volví encantada y decidida. Desde entonces no me he arrepentido, sigo enamorada de esta profesión. No recuerdo quién fue la persona que me dio ese folleto en la escuela ni la persona que me atendió en Bariloche cuando fui a preguntar a la sede de Parques Nacionales pero a ambas les agradezco tanto.
-Como mujer guardaparques, ¿sufriste alguna vez discriminaciones o problemas ligado con el género?
-Alguna vez fui relegada de una seccional alejada a la cual se llegaba sólo caminando o por barco por el sólo hecho de ser mujer: para mi jefe de entonces no estaba capacitada por la rudeza del trabajo, aunque ese era mi deseo en aquel momento. Otras veces sufrí presiones como mujer brigadista de incendios forestales, labor que cumplí desde 1997 hasta 2002, y como guardaparques. Pero elegí centrarme en los apoyos positivos y en no dejarme correr del espacio que quería ocupar. En el caso de la seccional alejada, en el período siguiente ocupó el lugar otra mujer y lo hizo con muchísimo éxito, lo que resultó compensatorio y aleccionador.
Creo que la persona que discrimina habla más de sí misma que del otro. Encontré machistas pero también encontré muchísimas personas ocupadas en trabajar por un mundo mejor y ahí puse mis energías. Hoy se puede hablar con más libertad de temas de género y eso es muy positivo, en especial entre pares, ya que un grupo tracciona mucho más que un individuo solo. Observo que chistes que históricamente hacíamos que descalifican ya no son graciosos ni se usan y descubrimos que hay formas de reírnos todos juntos sin amedrentar a nadie; claro que esto es un proceso y lleva tiempo, que se basa en convicciones profundas ligadas al hábito. Repensar todo es un esfuerzo extra, pero vale la pena.
-¿Qué es lo más duro de tolerar y cuáles son aquellas cosas que brindan más satisfacción y alegría en el trabajo diario?
-Para mí lo más difícil es sobrellevar la distancia con mis afectos primarios, estar lejos de mi familia y amigos de la infancia. También que al formar mi propio hogar en esta distancia, que mis hijos no puedan tener un vínculo estrecho con primos y tías. Pero lo más hermoso es disfrutar del trabajo y la forma de vida, vivir en uno de los lugares más bellos e interesantes del planeta. Cuando me paro delante de un alerce que tiene más de 2600 años y está verde y dando frutos, en mi interior cualquier malestar desaparece. Las pequeñas cosas se ven insignificantes y lo importante se aclara: disfrutar de los afectos y las pequeñas cosas que dan felicidad. Cuando un lago está calmo te transmite una cosa y cuando el mismo espejo de agua se transforma por una tormenta y se vuelve feroz te hace entender que la naturaleza tiene un poder enorme y me pregunto en qué lugar quiero estar. ¿En el medio discutiendo por qué está tan destruida o aportando soluciones? Muchas personas trabajan y encuentran su desarrollo personal totalmente fuera del ámbito laboral y está muy bien, pero de mi interior surgió esta vocación y no podría ser otra cosa. Acá siempre es inevitable caer en el ser y no en el hacer.
Lo más lindo es cuando un visitante se va del parque motivado a cuidar la naturaleza. Yo ya estoy comprometida, siempre encuentro un color bello o un animal que me sorprende o algo nuevo y hermoso en el mismo lugar. Se respira otro olor, el paisaje tiene otras texturas, otros colores imposibles de describir porque se sienten en el cuerpo y te llenan el alma de alegría. ¡La sensación de compartir esa felicidad es única!
-¿Cuál es tu rol actualmente?
Trabajar en una seccional significa la asignación de un territorio bajo mi responsabilidad. Generar las mejoras que permitan proteger el lugar y las personas que lo visitan. Detectar puntos de peligro y buscar formas de mitigarlos. Por ejemplo si noto que los autos estacionan siempre en el mismo sitio rompiendo un sector del bosque, o que las personas realicen algo riesgoso para la salud como colocarse debajo de un árbol que yo considero inestable. Pero no puedo dejar de mencionar que prever todo en la naturaleza es imposible, no podemos tener exactitud. Se debe entender qué es lo predecible y qué no. Y por otra parte esa es la mayor maravilla, las sorpresas de la naturaleza aunque a veces nos genere inconvenientes. ¡Qué aburrido sería si siempre fuera igual!
-¿Cómo se llega a ser guardaparques? ¿Dónde se estudia?
-Dentro de su normativa Parques Nacionales estipula la existencia del Cuerpo de Guardaparques y su capacitación correspondiente para ingresar. Hace tres años, con el objetivo de jerarquizar la carrera que comenzó como un curso de capacitación, se realizaron convenios con universidades de Córdoba, Mendoza, Buenos Aires y Misiones, donde se realiza la tecnicatura de guardaparques. Los convenios se renuevan todos los años. Luego de obtener la tecnicatura y aprobar el examen de ingreso que incluye prueba de conducción y mantenimiento vehicular, uso y cuidado equino, natación, destreza física y mantener una entrevista laboral, se realiza la capacitación en la localidad de Embalse, Río Tercero, Córdoba, como única sede de ingreso a la carrera de Guardaparque Nacional.
-¿Cuál fue el momento más desagradable que le tocó vivir como guardaparques?
-Existen claramente momentos desagradables y tensos, muchas personas no comparten las convicciones de conservación y quieren siempre su propio beneficio por sobre otros. Fueron varios, pero recuerdo uno en particular: un grupo de jóvenes alcoholizados estaban haciendo daño y molestando a otros acampantes. Habían sustraído también algunas cosas y en el desarrollo del procedimiento uno de ellos se me para enfrente y me dice: "Ya te voy a encontrar afuera del parque y te voy a …" Gracias al mal estado por la borrachera y el uso del uniforme las veces que me lo crucé fuera del parque no me reconoció. Estas amenazas, ligadas también a mi condición de mujer guardaparques, hoy serían claramente denostadas. El trabajo continúa.
-Por último: ¿Qué consejos darías a los visitantes del Parque Nacional Los Alerces?
Para los viajeros mi consejo es que no quieran hacer todos los paseos juntos, que es imposible; sino que disfruten de lo que pueden lograr de acuerdo al tiempo del que disponen. Que disfruten especialmente de la sensación de alegría que te embarga al comulgar con la naturaleza en su estado puro. Que se den un tiempo para sentarse en algún lugar y sentir el aire que acá tiene otro olor. Hacer dos o tres caminatas enriquece mucho, intercalar con alguna visita guiada, conocer el alerzal milenario, mi lugar favorito, conmovedor, lleno de colores…
El Parque Nacional, atravesado en parte por el mágico río Arrayanes, alberga en sus 260 mil hectáreas a los lagos Futalaufquen, Verde, Krügger, Rivadavia, Menéndez y Amutui Quimey, entre otros. En la juridiscción de Puerto Limonao, sobre el Futalaufquen, se puede acceder al muelle que es un punto panorámico y desde ahí tomar una embarcación hacia el lago Krugger, una belleza que sólo puede descubrirse embarcado o caminando una senda de dos días a pie. Esta área también cuenta con la posibilidad de hacer trekking por la senda Cinco Saltos, una caminata de 4 kilómetros que bordea el lago Futalaufquen. Allí está también la histórica hostería, bello edificio de piedras y madera diseñado por Alejandro Bustillo, con vista al espejo de agua.