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Italia 90. Argentina-Yugoslavia: la selección que no practicaba penales, la inminente eliminación, la señal de la cruz y las manos salvadoras de Goycochea
El fútbol, en ese laberinto mágico que resulta un partido, ofrece señales. A veces, ese signo se refleja a través del juego, mediante la clase y la convicción para ejecutar la tarea; en otras oportunidades, todo se limita a una simple intuición, a una cuestión de fe. La aparición repentina de una imagen que estuvo durante todo el encuentro, pero que se hace nítida en ese momento de desesperanza en el que los protagonistas parecen quebrarse, se convierte en un símbolo al que aferrarse para sostener una ilusión. La Argentina y Yugoslavia definían por penales, aquel sábado 30 de junio, una plaza para las semifinales del Mundial de Italia '90; atrás quedaban los 120 minutos en los que la selección no descubrió el camino para quitarse de encima a un rival que disimuló durante una hora y media el jugador de menos, por la expulsión de Refik Sabanadzovic.
"Cuando el remate de Troglio rebotó en el palo izquierdo se me vino la noche, el mundo abajo: pensé, cómo pegó lo de Diego", relata ahora José Tiburcio Serrizuela, el jugador que el técnico Carlos Bilardo designó -por una cuestión de cábalas el encargado de comunicar los nombres era el ayudante Carlos Pachamé- para abrir la serie que terminaría en un descontrolado festejo 3-2.
Yugoslavia actuó como un espejo y convirtió al estadio Artemio Franchi, de Florencia, en un tablero de ajedrez: cada movimiento precisaba de un análisis de beneficios y daños. Entre tanto calibre y ajuste se consumió el tiempo reglamentario y también los 30 minutos de prórroga. El empate 0-0 solo estuvo a punto de modificarse con el gol de Burruchaga que el árbitro suizo Kurt Roethlisberger invalidó al sancionar una supuesta mano.
La Argentina llegó fortalecida de espíritu, luego de eliminar a Brasil. Una jugada genial de Maradona y una definición inmortal de Caniggia liberaron a la selección del abrumador dominio del Scratch. Ante Yugoslavia, que jugó su última Copa del Mundo con ese nombre -luego se disolvió en seis países, tras la Guerra de los Balcanes- los atributos del equipo se repitieron: voluntad, corazón, garra, táctica y fe. "Trabajábamos mucho los partidos: primero había que controlar al rival y después salir a buscarlo para ganar", explica el tucumano, que volvía a la alineación, después de cumplir el partido de suspensión por acumular dos tarjetas amarillas, ante Rusia y Rumania.
"No practicábamos penales. Todo era recuperación por el desgaste acumulado, descanso y alimentación", sorprende Serrizuela. "Cuando Pachamé me dijo que sería el primero fue una responsabilidad, pero también me dio mucha confianza. Siempre en los clubes había pateado penales y qué mejor desafío que hacerlo en un Mundial. Convertí y Yugoslavia después falló [el remate de Stojkovic se estrelló en el travesaño]; arrancamos perfecto", vuela la mente y brota el recuerdo del zaguero, que a poco estuvo de quedarse fuera de la Copa del Mundo: "Bilardo me citó en un café, en las avenidas 9 de Julio e Independencia, porque yo venía arrastrando lesiones musculares y él nos anticipó que el que se lesionaba no viajaba. Me comentó, durante la charla, que me llevaría a prueba, junto con otros dos compañeros. Mi respuesta fue que en esas condiciones no viajaba, porque yo hacía el sacrificio de dejar River, que estaba por salir campeón, y si me tenía que volver de Italia porque no quedaba en la lista, me tiraba del avión. Cuando llegué a mi casa, mi señora me dice que Bilardo estaba en el teléfono: me anunciaba que era parte de la lista".
Lo mejor del partidos y la definición por penales
El guion de la definición con Yugoslavia se incendió de modo inesperado con el tercer penal de la serie: el duelo entre Maradona y Tomislav Ivkovic tenía un antecedente en Napoli y Sporting de Lisboa, por los 32avos de final de la Copa de la UEFA, en 1989. Doble empate sin tantos y definición desde los 12 pasos; el arquero, después de tomar del brazo izquierdo al N°10, le apostó 100 dólares a que no le convertía: Diego disparó de zurda, cruzado y abajo, y el croata detuvo.
No hubo dinero ni otro valor en juego cuando se volvieron a medir: Maradona cambió y lanzó a la derecha, a media altura, suave; el guardavalla volvió a adivinar. Luego falló Troglio y la desazón se apoderó de todos. "Estaba sentado y no podía reaccionar. El estadio tenía tribunas bajas y descubrí, a la altura del córner, una cruz de una iglesia: la miré y empecé a rezar. No nos podíamos volver, el grupo estaba fuerte, había sacado adelante varios momentos fuleros desde antes el debut con Camerún, porque cada partido de la gira previa era un examen y no estábamos bien. 'El mundial es cortito y el desgaste es enorme, pero hay que disfrutarlo', nos reforzaba Bilardo a los que teníamos la primera experiencia en una Copa del Mundo", añora Serrizuela.
Con dos penales por lanzar, Yugoslavia se probaba el traje de verdugo ante el campeón defensor. "Teníamos un equipo con mucha calidad. Por nombres, seguro, éramos uno de los mejores del mundial. Pero nos faltaba seriedad, nos faltaba organización", aseveraba Faruk Hadzibegic; para el esloveno Srecko Katanec, la combustión política que se vivía en el país no influyó en el grupo: "Llevábamos seis o siete años jugando juntos, haciendo un buen fútbol. En mi cabeza daba igual si eras serbio, esloveno, croata, católico u ortodoxo", recordó el zaguero, actualmente entrenador. En ese plantel convivían tres serbios, seis bosnios, dos macedonios, un esloveno, dos montenegrinos y ocho croatas.
El más dolido de aquel final de la aventura yugoslava fue el director técnico Ivica Osim, que con el paso de los años sostuvo: "Todavía me pregunto que podría haber pasado si hubiésemos ganado. Quizás peco de optimista, pero creo que las cosas en el país hubiesen sido distintas si jugábamos la final. Quizás no hubiese habido guerra. Cada noche pienso en eso". La fractura era inevitable: en el partido despedida del país antes del Mundial, contra Holanda, que se jugó en el estadio Maksimir, de Zagreb, los hinchas croatas silbaron el himno yugoslavo ante la sorpresa de los holandeses, que no daban crédito de las diferencias.
Frente a la ilusión yugoslava, Goycochea salió al rescate de la Argentina. "Quedate tranquilo, monstruo, que atajo los dos", la frase plena de convicción del héroe inesperado a Maradona, en la calurosa tarde y en medio de un clima hostil. Primero, Branko Brnovic –indeciso e inseguro- facilitó la tarea; marcó Dezotti y el Vasco quedó ante el capitán Hadzibegic para definir la tanda: el bosnio había fallado un penal en la victoria 1-0 sobre Colombia al ejecutar suave, a la derecha del guardavalla René Higuita; frente a Goycochea eligió rematar a la izquierda y hacia allí fueron las manos firmes del arquero para torcer definitivamente el destino. "Nunca volví a esa cancha. Me gustaría regresar y sentarme en el mismo lugar y mirar otra vez esa cruz", dice Serrizuela, que aquella tarde, en ese pedacito del campo de juego, encontró una señal y una respuesta.
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