Preocupación, impotencia, temor pero, sobre todo, frustración, bronca y enojo. Tras los actos de vandalismo ocurridos en las últimas semanas en diferentes establecimientos agropecuarios, el estado de ánimo entre los productores tiene una combinación de sensaciones encontradas mientras muchos destacan que está en juego la defensa de su actividad.
Una sucesión de hechos da cuenta de este estado de cosas donde a la rotura de silobolsas esta semana se sumó el incendio intencional en el campo del vicepresidente de CRA en Córdoba, Gabriel de Raedemaeker, lo que terminó de poner en escena la inseguridad rural creciente.
A fin de abril pasado, seis silobolsas con 1300 toneladas de maíz aparecieron cortados en un establecimiento rural ubicado a cuatro kilómetros de María Teresa, al sur de la provincia de Santa Fe.
El 16 de mayo, por la noche, en la localidad santafesina de Zenón Pereyra, Manuel Canalis fue víctima de la rotura de silobolsas y el posterior robo de soja. Diez días después, el martes último, fue el turno del vicepresidente de CRA, a quien le incendiaron intencionalmente parte de su establecimiento. En los últimos días también se conocieron casos de destrucción de silobolsas en Pehuajó (Buenos Aires) y en San Jerónimo Sud, provincia de Santa Fe.
Luego del acto vandálico, De Raedemaeker se siente reconfortado por el apoyo que recibió de la gente, pero alerta: "Si estos actos siguen y el Estado continúa ausente, la preocupación es que entremos en tiempos peligrosos e inseguros en el que se lleguen a acciones de autodefensa y de revanchismo".
"Desde roturas de silobolsas, destrucción de rollos, matanzas de lechones hasta quema de lotes sembrados, los hechos se multiplican y el hartazgo es cada vez más grande", señaló Javier Rotondo, presidente de la Confederación de Asociaciones Rurales de la Tercera Zona (Cartez) y productor en la región de Río Cuarto.
"Una rotura de un silobolsa significa la pérdida de un año de trabajo, que te maten diez lechones o tres novillos que ni siquiera te los carneen para comer y solo lo hagan por el daño mismo, genera bronca", agregó.
En Gálvez, a 120 kilómetros al norte de Rosario, Julian Imhoff paró de sembrar trigo un momento, buscó señal en medio del lote y, subido a la sembradora, habló con LA NACION. Hace un tiempo que junto a sus cinco hermanos trabajan el campo de la familia. "El temor cada vez es mayor, sobre todo en los campos donde no anda el personal. Con los últimos hechos, la gente está asustada y lo que hace es recorrer más seguido, pero eso no alcanza", remarcó.
Hoy los productores se encuentran en la disyuntiva de "aguantar" la cosecha hasta que los precios mejoren un poco pero se arriesgan a que en el campo suceda algún hecho cuyo costo sea mayor. "Otros años se dejaban los silobolsas pero ahora tratan de sacárselos de encima rápido, sobre todo en aquellos establecimientos cercanos a la ruta", indicó.
Oliva es un pueblo ubicado en el centro de la provincia de Córdoba, donde ocurrió la quema en un lote de trigo del dirigente de CRA, además de uno de un vecino con maíz. Raúl Grassani tiene un tambo familiar en la zona y, además, asesora a otros tres tambos. En su establecimiento realiza una actividad mixta donde el maíz que siembra es para ensilar y dar de comer a las vacas durante todo el año.
Con los últimos acontecimientos contó que los ruralistas de la zona están en estado de alerta, que trillan antes de tiempo y entregan la cosecha enseguida, con la desventaja de perder puntos por humedad en el rinde.
Por otra parte, el personal que habita en el campo pasa a diario situaciones de inseguridad que ponen en riesgo su integridad y la de su familia. Se sienten indefensos porque las distancias de un vecino a otro hacen imperceptible un eventual pedido de ayuda. En el fondo, los productores entienden que la rotura de un silobolsa pasa a ser un daño menor frente a otros como un incendio a un lote o un robo con armas en un campo.
De abuelos productores, Horacio Gaviglio siguió la tradición familiar y hoy trabaja en campos en Zenón Pereyra, Santa Fe. Señaló que en su establecimiento se entregó casi todo al acopio y se embolsó solo el 15%. "Estamos con el corazón en la boca esperando que algún día nos toque. Todo esto que está pasando es por odio, la gente no entiende la dinámica de trabajo del campo y piensa que es para amarrocar", contó.
A 100 kilómetros de ese pueblo santafesino está San Carlos. Ahí Damián Pafundi asesora a distintos productores. Si bien en la zona en su mayoría son campos chicos donde vive la gente, los hechos de inseguridad han ido creciendo desde diciembre pasado.
"La situación se ve complicada y va para peor. De la misma manera, la preocupación es cada vez mayor. Muchos que no estaban armados ahora buscan hacerlo. Antes se tenía armas para amedrentar a perros silvestres que entran a los campos para hacer daño, ahora es para intimidar a los delincuentes", remarcó.
Para Roberto Minuchi, en Pérez Millán (Buenos Aires) todo parece estar en armonía todavía. Sin embargo, la gente en el campo está tensionada porque teme que se repliquen esos actos vandálicos en la zona. "Nadie espera que pase. Igualmente, desde siempre cada productor tiene su escopeta en la casa que le sirve para atemorizar a los malvivientes, con tiros al aire. Es una forma de dar aviso que hay gente en el campo", contó.
Muchos creen que detrás de los ataques existe un tinte político. Pafundi está convencido que es un 100% de ese carácter. En tanto, Imhoff no asegura si los actos tienen o no ese matiz pero sí cree que hay un fundamentalismo de la política.
"Hay actores en el Gobierno que incitan a la gente contra el campo, como cuando Hebe de Bonafini convocó a quemar los campos de soja. Eso no ayuda y es así que la sociedad tiene otra visión del campo, les han metido la idea que nosotros no vendemos la cosecha y tenemos los dólares en el campo. Nada más lejano, solo que los vaivenes de la economía nos obligan a guardar algo de reservas para la próxima campaña", puntualizó.
En este sentido, Grassani cree que las entidades ruralistas tienen una materia pendiente porque no supieron transmitir la realidad del campo: "No somos terratenientes, la mayoría somos productores pequeños de campos familiares divididos y la plata que producimos la volcamos en la zona".
Rotondo opinó que hay una olla a presión cuyo punto cúlmine fue meterse con el trabajo y el esfuerzo productivo del campo. "Te tratan de oligarca, de antipueblo, transitás por caminos destruidos, tenés que pagar cooperadoras policiales, mantener consorcios camineros, bonos e impuestos y ahora encima vivimos en una inseguridad constante", relató.
El sector está con miedo pero dispuesto, ya dicen muchos, a no dejarse amedrentar. "Se vive una sensación de rebeldía donde, si vienen por su propiedad, (los productores) tienen una absoluta convicción de defender su producción", remarcó Rotondo.